Homenaje al legado de la Dra. María Rostworowski en la celebración de su centenario.
Por Tarcila/Parwasisa.
Este 8 de agosto, cumple cien años de vida María Rostworowski, mujer inmensa por su sabiduría e intuición; mujer faro que nos ha guiado entre las fantasías e invenciones sobre nuestro pasado para contar con un conocimiento más real sobre nuestra historia; mujer generosa, pues para ella todo conocimiento es inútil si no es compartido y discutido con todas y con todos.
Coincidimos hace muchos años en un panel por el Día Internacional de la Mujer y desde aquella vez, ella se convirtió en una suerte de persona guía, orientadora, consejera y en cierta forma, cómplice y legitimadora de los eventos que se me ocurría organizar, acompañándonos de manera desinteresada en diversos eventos sobre identidad, cultura, saberes ancestrales etcétera, con entusiasmo y siempre con su frase acompañada de una sonrisa: ¡Aprovéchame mientras estoy viva! Por todo ello la considero mi amiga.
Cuando a mediados de los 90, CHIRAPAQ inició en Huamanga nuestra propuesta de afirmación de identidad a partir de los conocimientos y sabiduría ancestrales, para recuperar nuestra vida y dignidad como indígenas, María Rostworowski nos acompañó en seminarios y conversatorios.
En uno de ellos, realizado en Ayacucho en el auditorio de la Universidad Nacional San Cristóbal de Huamanga, se abordó el tema de la identidad cultural en la educación rural, ligándola con la necesidad de una nutrición apropiada, basada en alimentos que la sociedad denominada despectivamente “comida de serranos”. Su mensaje desde la historia, sobre los logros y adelantos alcanzados por las mujeres y hombres de los Andes, frente a un auditorio conformado principalmente por docentes rurales y estudiantes de educación, demostraba que la respuesta a nuestros problemas se encuentra muchas veces al alcance de nuestras manos.
Verla, en aquella vez, degustar un teqte de quinua y conversar con los docentes y público sobre la necesidad de recuperar nuestra nutrición ancestral, validaba lo que nosotras, las propias hijas de las comunidades decíamos, pero que por ser nosotras, no era creíble. Por todo ello, por acompañarnos y por su desprendimiento en no negarnos nada de su sabiduría, la considero mi maestra y guía.
Lamento, no haberla aprovechado lo suficiente para que el contenido educativo en el área rural incluya nuestra propuesta de nutrición con productos locales, o que el contenido curricular contenga una historia dignificante y reivindicativa, sin exageración y sin ningún tipo de condescendencia y que las expresiones artísticas y lingüísticas tomen un lugar central en la afirmación de nuestra identidad, para ser nosotras y nosotros mismos, sin avergonzarnos por nuestro idioma o el modo de hablar. En definitiva, una educación para formarnos con la seguridad de que todas y todos tenemos los mismos derechos y las mismas oportunidades.
Entre los indígenas, el cariño y la solidaridad con nuestros semejantes lo expresamos brindando lo que le es propio a cada uno: el tiempo, la atención, el conocimiento y el esfuerzo; elementos todos que permiten afianzar nuestros lazos de hermandad y la promesa de un destino común. María Rostworowski nos lo brindó todo y sin ninguna objeción y cuando los años ya no le facilitaban una mayor presencia física, su voz no nos faltó. Por este encariñamiento y solidaridad con nuestros sueños y el deseo de construir un país distinto y mejor, la considero mi hermana de ruta hacia ese territorio entrañable que se llama verdad y justicia.
Gracias María por hacerme conocer a Mama Huaco, por convencerme que podía seguir aprendiendo, por hacer que el medio a donde usted llegaba me tomara en cuenta, como aquel evento gigante de “Mujeres y Hombres, siglo XXI, Género, amor y poder en el nuevo milenio”, donde debuté frente a un público diverso compuesto por académicos, políticos e involucrados en los problemas sociales.
Aquí estamos en su centenario fructífero, maravilloso, con huella y con aceros templados como el mío.