Reserva de biósfera Oxapampa Ashaninka Yanesha es la botica y despensa natural de los pueblos indígenas.
La riqueza que constituye el bosque amazónico no solo está es sus millones de pies de madera, sino en la impresionante lista de sus usos médicos y nutricionales. La Reserva Comunal Yanesha, en la provincia de Oxapampa, es una frontera con valiosos recursos que pueden ayudar a la humanidad a resistir las enfermedades infecciosas y a combatir el hambre y la desnutrición en el mundo.
La copaiba es un árbol cuya resina tiene la fama de ser un poderoso antiinflamatorio. Para el pueblo yanesha, ha sido desde siempre su tratamiento preferido ante enfermedades como la bronquitis. “Cuando mis nietos tienen tos, lo calentamos y les frotamos la espalda. También les damos una gota disuelta en agua. Así curamos nosotros, porque acá no hay farmacia ni médicos”, dice Carlos Soto, anciano de la comunidad de San Carlos.
Este bálsamo de contextura aceitosa es además un laxante y diurético y es usado con éxito para el tratamiento de afecciones de la piel como la soriasis o la dermatitis.
Soto sabe que obtenerlo no es cosa sencilla. Debe extraerse solo durante la luna llena, y en invierno, cuando el árbol ha absorbido la mayor cantidad de agua posible. “Tienes que saber perforar con cuidado para que no se derrame. Luego al año puedes regresar y sacar más aceite. Así no perjudicas”, cuenta.
Además de sus ventajas medicinales, Soto recuerda también como este líquido aceitoso servía a sus padres como combustible, antes del uso del kerosene, para encender lámparas que ayudaban a los viajeros en la noche. “Ahora ya no se utiliza. Se está modernizando con baterías o paneles solares”, dice.
En el Perú 30 ml de este aceite puede costar hasta 10 dólares. Sus propiedades en el extranjero son bastante conocidas y la demanda ha instado a los propios pobladores a aprovechar no solo su uso doméstico, sino también comercial. Debido a su resistencia a la humedad, es también cotizado por madereros para la elaboración de muebles y la construcción. «Hay muchos que lo talan por la madera o lo desangran hasta dejarlo seco”, cuenta preocupado Soto.
“Estamos sembrando nuevamente copaiba porque hay escasez. Ahora solo la encuentras lejos y si se sigue cortando ya no va a haber nada”, explica.
Con el apoyo de CHIRAPAQ Centro de Culturas Indígenas del Perú y en alianza con la Federación de Comunidades Nativas Yanesha FECONAYA, Soto y las familias de San Carlos están reforestando su territorio con árboles maderables, medicinales y frutales, con la esperanza de poder preservar esta maravilla natural.
Regalo del bosque
“Su fruto no beneficia solo a los hombres, sino también a los animales”, cuenta Juan Soto mostrando el costalillo de almendras que sus dos hijos y su esposa comerán por los próximos tres meses. “Claro que hay que recolectarlo rápido porque los animales también nos hacen la competencia”, dice bromeando.
Como todo fruto seco, la almendra es una excelente fuente de vitamina A y Omega-3, favorece el tránsito intestinal y provee cantidades abundantes de calcio, además de brindar efectos antioxidantes, ayudando así a combatir el desgaste propio de la edad.
Soto señala que la almendra es solo de una temporada. Florece en diciembre y su fruto está listo para cosechar en enero. Él utiliza su machete para abrir la dura cáscara, dejando ver el delicioso y blanco interior. “Nosotros lo hervimos, pero también se puede comer crudo”, explica.
La cáscara es utilizada también para la elaboración de artesanías, que después los yanseha llevan a la ciudad. Su corteza y raíz son utilizadas además por las mujeres para teñir tejidos y prendas de vestir, obteniendo combinaciones de color pardo y amarillo.
Pero, al igual que otros árboles, la madera del almendro tuvo en su momento un alto valor en el mercado. “Vinieron los madereros y ya se lo tumbaron todo. Ya hay poco nomás. Esto ha sido a lo largo de muchos años”, cuenta Soto.
En alianza con TEBTEBBA Indigenous Peoples’ International Centre for Policy Research and Education y la Agencia Noruega para el Desarrollo NORAD, CHIRAPAQ y FECONAYA esperan aportar a la recuperación de un bosque que cubra las necesidades alimenticias y medicinales de sus habitantes.
La reforestación no puede ser pensada únicamente con especies maderables, sino que debe considerar la diversidad forestal. Ante la pérdida del bosque, lo único que tienen los pueblos indígenas para vivir está en peligro de desaparecer.
Postulante del Concurso de Periodismo Historias del Cambio Climático