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31 marzo, 2016

Construyendo la imagen de nuestros pueblos

Armando Arteaga, poeta de la histórica Generación del 70’, comenta los aportes de ‘Riqsichikustin’, manual elaborado por CHIRAPAQ sobre cine indígena.

Por Armando Arteaga (*)

Hace unos años atrás, Ayacucho vivía bajo la sombra del miedo y la inopia, y de pronto parece que se hace la luz, se abre una nueva ruta para la vida cultural de esta región andina, desde donde hace más de dos décadas trabaja CHIRAPAQ, Centro de Culturas Indígenas del Perú”, realizando proyectos sociales en los sectores más necesitados.

La publicación de “Riqsichikustin. Contrayendo nuestra imagen. Juventud quechua y propuesta audiovisual en Ayacucho” (1) recoge un resumen de la experiencia cultural de jóvenes quechua hablantes realizando cine (donde construyen su propia imagen), y desde esa ruta de su propia experiencia, nos van demostrando una continuidad tenaz de la vitalidad de la juventud ayacuchana, expresando las referencias más notables de un proceso social vital ligado con la vida popular, marcando con exaltación el testimonio de esa “continuidad cultural”, que confirman los valores del mundo indígena. La cultura ayacuchana aparece registrada como referente principal (marginada hasta ahora de los vaivenes oficialistas y centralistas), donde sigue su propia identidad con el generosísimo aporte de un pueblo que no renuncia a su propia voluntad de ser, de existir: libre y creativo.

Construir una imagen de un pueblo no es nada fácil, sobre todo cuando se trata de dar una versión que nace de la pluralidad y la participación social de sus componentes jóvenes, donde la visión y la perspectiva nace del impulso expresivo de los primeros componentes culturales de esa identidad, de esa ubicuidad social (de ser entes sociales nuevos y diferentes), pero de tener los aportes ancestrales de una enorme tradición cultural y milenaria, que tiene en el quechua: su piedra angular, su signo más representativo, el idioma que expresa la semántica con la cual, estos jóvenes, quieren construir o “re-construir” su propia imagen, para proyectarse en el complejo universo de los símbolos más significativos de cierta modernidad audio-visual.

“Riqsichikustin” como publicación es impecable, tiene un formato muy práctico. Trae una presentación de Tarcila Rivera Zea donde me parece importante destacar como mensaje: “Somos ahora las y los indígenas quienes estamos tras las cámaras y gestionando los procesos de producción audiovisual y esto es un paso decisivo en la construcción de una imagen propia. Si antes éramos motivo de interés documental/ antropológico, ahora, mediante el lenguaje fílmico, tenemos mas elementos para continuar y fortalecer los sistemas de comunicación ancestrales”.

El libro-manual esta dividido en tres etapas: escenario, actores y trama. Trae un epilogo donde los propios jóvenes cineastas expresan sus prospectivas y conclusiones. Al final, en Anexos: el catalogo de las realizaciones, el resumen de las propuestas y sobre todo, las “fichas” cinematográficas usadas en la experiencia fílmica -me parece- es un aporte haberlas publicadas, pues, esto enriquece el proceso. No esta de más recordar, que el cine siempre será un aporte educativo, más si este deviene en el uso utilitario para la comunicación entre jóvenes y sociedad.

Del cine como “medio” se ha hablado muchísimo. Román Gubern, el critico español, en una conversación con Umberto Eco, el profesor italiano, en la revista catalana “Destino”: “Diálogo sobre comunicación, cultura y libertad” comparte la opinión de Eco: “Los mensajes emitidos por el poder no han conseguido colonizar las conciencias de los ciudadanos”.

La hipótesis de la comunicación pandemocrática defiende “la comunicación democrática como utopía”, cuando cada ciudadano puede ser un emisor de mensajes con destino a la masa de sus conciudadanos, situación que debería poner fin a la división social del trabajo que ha creado a los comunicadores profesionales y especializados. Eco, no está de acuerdo con esta visión utópica: “En una sociedad organizada, siempre hay alguien que tiene más autoridad, incluso en las sociedades libertarias. Pero deben crearse las condiciones capaces de crear una verdadera igualdad de oportunidades, de modo que todos los miembros de la comunidad, por ejemplo, puedan cantar; pero ocurrirá que unos cantarán mejor que otros. Esto ha ocurrido incluso en experiencias alternativas de la contracultura, como en el cine underground: hay directores de cine underground más apreciados y cotizados en tanto comunicadores que sus colegas, que por ser peores acaban quedándose sin público”. La imposibilidad de la utopía de la comunicación pandemocrática nos ha impuesto un desordenado desarrollo comunicacional, llevándonos a un caos, aparentemente.

Pero el cine indígena contradice este paradigma. Se puede ser creativo, socialmente hablando. El predominio de Hollywood sobre los espacios audiovisuales de las naciones y pueblos indígenas ha tenido en efecto devastador. El modelo cultural que ha impartido resulta un signo inequívoco de desarrollo. Otro aporte del cine indígena, es la lógica de la comunicación indígena que se declara diferente a la lógica de la comunicación occidental, donde se reconoce:

-El tiempo es de forma circular.
-El canto, la música y la danza son rituales. No son meros espectáculos cono en la cultura occidental.

Estos, y otros aportes, trae esta publicación “Riqsichikustin. Contrayendo nuestra imagen. Juventud quechua y propuesta audiovisual en Ayacucho”, en la búsqueda de un “escenario” propio para la discusión de mayor apertura: con enfoques referidos a los derechos humanos, derechos de los pueblos indígenas, la comunicación como derecho humano, equidad de genero, intergeneracionalidad, e interculturalidad.

(*) Escritor y periodista peruano. Miembro de la denominada Generación del 70′ y del movimiento poético Hora Zero. Editor del blog cultural Terra ígnea.

(1) “Riqsichikustin.  Contrayendo nuestra imagen.  Juventud quechua y propuesta audiovisual en Ayacucho”.  Programa de comunicación indígena.  Chirapaq. (2013).