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1 abril, 2013

Familias indígenas protegen reserva de biósfera en Oxapampa

Pueblo yanesha preserva especies maderables nativas en peligro por la tala ilegal.

Pueblo yanesha preserva especies maderables nativas en peligro por la tala ilegal.

Los habitantes del bosque son quienes mejor lo protegen. Y es que siendo su única fuente de recursos y hogar de su memoria histórica, los pueblos indígenas son más capaces que nadie para velar por su manejo sostenible. Más de 30 familias yanesha así lo han demostrado al reforestar 160,000 metros cuadrados en el valle del Palcazú, en la Selva Central.

Fortunato Paniagua, fue uno de los primeros pobladores de la comunidad nativa de Nueva Esperanza, ubicada en la Reserva Comunal Yanesha. La mayoría de sus fundadores proviene de Tsachopen, cerca a Oxapampa, de donde migraron en los 70’ debido a la intensa actividad extractiva iniciada por colonos andinos y austro alemanes.

“Allí antes podías encontrar árboles como el utcumano o el diablo fuerte. Pero hoy no se consigue más. No hay ni un árbol que se pueda ver” lamenta Paniagua. Detrás de la casa familiar, él ha improvisado un pequeño vivero en donde siembra tornillo, uno de los árboles maderables más cotizados de esta zona.

Paniagua explica que el cedro chamairo, llamando así por el pueblo yanesha, es un producto durable y muy comercial. “Antes los madereros te ofrecían 6 mil soles por algo de 15 árboles. Pero como ya hay muy pocos no vienen o solo lo hacen por otras maderas, más corrientes por menos precio”, explica.

La inaccesibilidad de la zona, que se encuentra a cuatro horas de caminata, previno de cierto modo la tala indiscriminada en comunidades como Nueva Esperanza. Desde lo alto del monte aún se puede tener la vista de un frondoso bosque, imagen que no se repite en las comunidades más cercas a la carretera.

La madera es la única fuente de ingreso para estas familias que viven subsistiendo con lo que producen en pequeñas parcelas y criando animales menores. “La necesidad de nosotros nos obligaba a venderlo. Se requiere dinero para el estudio, la ropa, las medicinas. Lo único que tenemos es nuestra madera. Yo también lo he hecho, pero pensando en que tengo también que reforestar”, dice.

Paniagua sabe que él no será testigo del fruto de sus esfuerzos. “Es una inversión para el futuro de mis hijos. Dentro de 40 años ellos van a heredar esto, podrán venderlo y tener algo. Siembro para que este árbol no desaparezca y para que ellos también lo sigan haciendo”, reflexiona.

Esta iniciativa es impulsada por CHIRAPAQ Centro de Culturas Indígenas del Perú y la Federación de Comunidades Nativas Yanesha FECONAYA, en alianza con TEBTEBBA Indigenous Peoples’ International Centre for Policy Research and Education y la Agencia Noruega para el Desarrollo NORAD.

Jorge Colina, joven miembro de FECONAYA y gestor para la reforestación de la zona, cuenta como por años existió un conflicto entre el Estado, el Instituto Nacional de Recursos Naturales INRENA y el pueblo yanesha para determinar claramente los linderos de Nueva Esperanza, debido a su proximidad con el Parque Nacional Yanachaga-Chemillén. “Hoy el permiso legal para talar 18 mil pies de madera aún está en trámite”, cuenta.

Por ello, FECONAYA demanda participar también en la gestión de la Reserva de Biosfera Oxapampa Asháninka Yanesha. “Quizá ellos piensan que nosotros vamos a acabar con el bosque de protección, pero no es esa nuestra intención”, se cuestiona. El pedido del pueblo yanesha se sustenta en la firme creencia que los pueblos indígenas deben tener voz y voto sobre el manejo de los recursos que se encuentran en sus territorios.

Colina explica que el objetivo de reforestar en comunidades como Nueva Esperanza y Siete de Junio, es contrarrestar la tala ilegal y garantizar el que la próxima generación pueda utilizar los árboles de forma sostenible “además de que todos nosotros podamos enfrentar los efectos negativos del cambio climático”.

Postulante del Concurso de Periodismo Historias del Cambio Climático

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