Por Róger Rumrrill
La muestra del cine indígena “Hijas de la Madre Tierra: Voces e imágenes para la sanación”, películas de ficción, documentales y cine experimental y de otros géneros, realizadas por mujeres cineastas, es una prueba fehaciente e indiscutible de que el cine indígena y afrodescendiente ha alcanzado su mayor madurez en América Latina, el Caribe y otras regiones del mundo con población indígena u originaria.
La muestra, realizada del 13 al 15 del presente mes en el Centro Cultural de España en Lima, fue organizada por el Chirapaq, Centro de Culturas Indígenas del Perú, el Enlace Continental de Mujeres Indígenas de las Américas (ECMIA) y la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID) y contó el apoyo y colaboración de diversas organizaciones internacionales como la Fundación Ford y otras vinculadas al cine tales como la Coordinadora Latinoamericana de Cine y Comunicación de los Pueblos Indígenas (CLACPI), Wapikoni Mobile, entre otras.
Los centenares de asistentes que coparon las salas del Centro Cultural de España pudieron expectar un total de 17 realizaciones durante tres días, de 5 de la tarde a las 10 de la noche, de documentales, cine experimental, docuficciones y ficciones de destacadas cineastas de Colombia, Canadá, Guatemala, Bolivia, Perú, Chile, EE.UU, México y Noruega.
De sujetos de imagen a creadoras de imágenes
La notable calidad de las realizaciones exhibidas en la muestra “Hijas de la Madre Tierra: Voces e imágenes para la sanación” revela la madurez del cine indígena y la notable calidad artística de las realizadoras como la colombiana Olowalii Green Santacruz, del pueblo indígena Guna Dule; Cleida Cholotío, Maya Kiche; Juana Huarachi Espinoza, quechua de Bolivia; Shaandin Tome del pueblo Karuk de EEUU; Xochitl Enriquez Mendoza, zapoteca de México; Liselotte Wajstedt, Saami de Noruega, además de las relizaciones colectivas de Chirapaq y otras cineastas, la mayoría concurrentes a la muestra.

Todas estas producciones recogen y asimilan elementos formales del arte cinematográfico occidental. Pero sus contenidos simbólicos, sus códigos y representaciones, expresan la concepción cosmocéntrica del mundo indígena, diferente y antinómica a la visión antropocéntrica y patriarcalista del eurocentrismo.
Reflejan y registran la circularidad del tiempo, diferente al tiempo lineal de Occidente y connotan la relación espiritual, animista y panteísta de los pueblos indígenas con la Madre Naturaleza, contraria y adversa a la concepción materialista de Occidente con la naturaleza.
Este cine indígena, realizado por mujeres, no es solo una poderosa herramienta de resistencia y denuncia contra el racismo, la discriminación, la invisibilización y los abusos de todo orden contra los pueblos indígenas y, particularmente contra las mujeres, sino también un instrumento de difusión, conocimiento y comprensión de la compleja y dramática realidad de los pueblos indígenas en América Latina, el Caribe y el resto del mundo.

El desarrollo del cine indígena tiene menos de medio siglo. En el pasado reciente, los pueblos indígenas eran vistos por el cine comercial principalmente de Hollywood como sujetos e imágenes exóticas, tremendistas y curiosas. Sin embargo, a partir de los años 80 del siglo XX se produce un cambio dialéctico: los indígenas, con el dominio de las herramientas del cine, se sitúan detrás de las cámaras y pasan a ser creadores de imágenes.
En el año 1985 se crea la Coordinadora Latinoamericana de Cine y Comunicación de los Pueblos Indígenas (CLACPI) que junto al boliviano Centro de Formación y Realización Cinematográfica (CEFREC) y la Coordinadora Audiovisual Indígena de Bolivia (CAIB) son, con otras organizaciones de cine de México, Brasil y otros países, las bases fundacionales del cine indígena y afrodescendiente de América Latina y el Caribe.
La producción del cine indígena documental, de ficción, docuficción, experimental y otros géneros, bajo el impulso de las CLACPI, CEFREC, CAIB y otros centros de producción de cine indígena en México, Brasil y Colombia y el soporte de las comunidades y organizaciones como Chirapaq en el Perú, ha sido fecunda y de excelente calidad.
Solo un ejemplo. Desde el año 2000 cuando CLACPI lanza el premio “Anaconda” de cine indígena, se han presentado a concurso un total de 2,043 realizaciones producidas en 23 países.

(Foto: Marco González / CHIRAPAQ)
La exhibición de cine “Hijas de la Madre Tierra: Voces e imágenes para la sanación” que viene de concluir en Lima, es la muestra indiscutible de que el cine realizado por los hombres y mujeres de los pueblos indígenas no solo ha alcanzado su madurez en el lenguaje y sus logros estéticos, sino también en los contenidos convertidos en mensajes poderosos de resistencia, defensa de los derechos, luchas contra todas las formas de opresión.
Pero no solo eso. Los saberes, las prácticas, las cosmologías y cosmovisiones que el cine indígena transmite y comunica, es un mensaje y un llamado para la construcción de paradigmas y de una nueva utopía social en el siglo XXI, en una sociedad global distópica bajo la amenaza del cambio climático, la pandemia del coronavirus y una guerra nuclear.