Jordan Inti Sotelo Camargo de 24 años y Jack Bryan Pintado Sánchez de 22 años han sido brutalmente asesinados por las fuerzas policiales. Las evidencias demuestran que no han sido víctimas colaterales, sino objetivos directos de la represión que impedía a la población movilizada, expresar su hartazgo de viva voz y directamente al causante de la zozobra política, económica y social de nuestro país: los congresistas de la República.
Ambos jóvenes procedían de familias indígenas. Sus historias son las de las miles de familias desplazadas por el conflicto armado interno (1980-2000) y las escasas oportunidades de trabajo y educación, que radicándose en la ciudad de Lima, conforman oficialmente el 22.5% de la población indígena de la ciudad de Lima, compartiendo características comunes como la invisibilidad, el trabajo precario, el poco acceso a servicios de calidad y cuyas únicas formas de superación son el trabajo duro y la educación.
Estas más de dos millones de personas, localizadas principalmente en los distritos de San Juan de Lurigancho, San Martín de Porres, Ate, Comas, Villa María del Triunfo y Villa El Salvador, entre otros, a la cual se suman las millones que por diversas circunstancias, entre ellas el racismo, no se autorreconocen, identifican o no son identificados como parte o descendientes de pueblos indígenas.
En el caso de Inti Sotelo, su familia migró de Ayacucho a Lima a consecuencia del conflicto armado interno, y su nombre quechua, al igual que el de su hermana melliza Killa y su hermano mayor Pacha, refleja la cosmogonía indígena, como lo pone de manifiesto su madre en declaraciones a la prensa: “con mis hijos tenía el universo en mi casa [Pacha: tierra/espacio-tiempo; Killa: Luna; Inti: Sol] y que con la muerte de Inti pierdo a mi Sol”.Chaynam chay riki…ukun sunqumanta.
Bryan Pintado era de Loreto y había migrado desde muy pequeño para vivir con su abuela, su situación económica no le permitió sostener sus estudios universitarios y trabajaba eventualmente. Su historia es la de los miles de jóvenes que, imposibilitados de estudiar, recurren a diversas labores y ocupaciones, conformando el 74% de la PEA que se desempeña en la ciudad de Lima en actividades de servicios, sin estabilidad laboral, en condiciones de inseguridad.
No fue una acción premeditada de parte de la policía el de asesinar precisamente a dos jóvenes indígenas, ni tampoco fue cuestión de mala suerte; fue una cuestión estadística, una estadística fría y cruel que desde la colonia se viene engrosando con la población indígena en cuanto a los actores de las movilizaciones sociales, la fuerza laboral creadora de riqueza para otros y que al mismo tiempo es invisibilizada en su problemática.
Así como la sangre es la parte vital del ser humano, la participación y voz de la población lo es de la democracia, de ahí la necesidad de su permanencia, constancia y requerimiento que esté presente a través de sus representantes en las decisiones políticas. Sin embargo, cuando esto no sucede, la democracia languidece y se convierte en una mera representación y trámite burocrático cada 5, 4, 3 o la cantidad de años que se requiera para ir pintando esa palabra y dar la sensación de su permanencia.
Hoy, nuevamente llegamos al punto en que la necesidad de ser escuchados, de expresar la necesidad de cambios, de demandar responsabilidades, todo ello parte vital para la permanencia y continuidad de la democracia, ha demandado la vida y la sangre de dos jóvenes cuyas esperanzas e ilusiones, sus vidas con logros y equívocos, ya no serán más su patrimonio privado ni el de sus familias y seres queridos, sino el patrimonio y responsabilidad de todas nosotras y nosotros.
La democracia hoy no se ha repintado con las vanas y periódicas propuestas de cambio, refrendadas en un precarizado espacio de votación, sino con la sangre de dos jóvenes indígenas. Nos toca en la actual crisis, la responsabilidad de no seguir repitiendo el permanente ciclo de arrepentimiento por nuestros “representantes” y gobernantes y preguntarnos el por qué de esta “mala suerte” o “¿en qué momento se jodió el Perú?” Nuestro país empezará a dejar de estar jodido cuando comience a conocerse y expresarse en su diversidad, en sus múltiples voces y propuestas.