El racismo se expresa a través de un conjunto preciso de términos y, este fin de semana, por redes sociales se dio a conocer un nuevo delito de racismo, esta vez en el Malecón Grau, ubicado en el distrito limeño de Magdalena del Mar. El perpetrador: un joven que paseaba a su pequeña mascota; las víctimas: los serenos del distrito que le conminaban al uso de la mascarilla por la situación de cuarentena.
Este hecho, en los pocos minutos que demora la grabación difundida, pone de manifiesto la vitalidad del racismo a través del uso preciso y coherente del conjunto de herramientas verbales que estructuran su discurso, y dado que esto surge de una situación fortuita, nos coloca frente a un problema mayor: ¿Qué hacer para desmontar este discurso? ¿Por dónde empezar? ¿Cuánto tiempo tomará esta tarea?
El discurso racista se estructura sobre tres fundamentos esenciales:
1er fundamento: la naturaleza constitutiva del ser racializado (su biología, su esencia como ser, que determinan su destino y capacidades).
2do fundamento: su lugar en la jerarquía social (a consecuencia de lo anterior).
3er fundamento: su otredad (tanto por su pertenencia biológica, como su localización geográfica).
Estos fundamentos, el joven perpetrador de racismo, los va empleando sistemáticamente en la siguiente secuencia:
Jerarquía social
- Ante el pedido de los serenos de utilizar mascarilla por encontrarse en la vía pública, el joven responde “no es obligatorio”, “yo sé mis derechos”, es decir, que desconoce una disposición vigente, desde hace más de 5 meses, por la vía de imponer sus derechos individuales.
- Al ser conminado, recordándole la multa, el joven responde “me importa un pepino, mi viejo la paga” y para ser más enfático, repite esta frase lentamente “mi viejo la paga”, es decir, que su interés privado prima sobre lo público porque puede solventar, como grupo/núcleo familiar, las consecuencias de romper las normativas por la vía del dinero, sin mediar remordimiento.
- Ante la reiteración, por parte de los serenos, de colocarse la mascarilla, el joven refuerza su posición de “ventaja” económica y por ende su jerarquía, al increpar a los serenos que eran “serranos igualados”
Naturaleza del ser racializado
- Una vez que para el perpetrador está clara que ha establecido su posición jerárquica, comienza a definir la naturaleza de su víctima/víctimas a través de frases consecutivas: “no me jodas serrano de mierda”, “indio asqueroso, eso es lo que eres”, “vienen a joder” (en este punto comienza a establecer su otredad).
- Ante el pedido de respeto por parte de los serenos, el joven ordena (acorde a su posición de jerarquía ya establecida según sus términos) “calla serrano de mierda” y enfatiza inmediatamente “cállate serrano de mierda”, para luego increpar “¿quién eres tú?, ¿quién eres tú?, ¿quién eres tú?” para finalmente sintetizar la naturaleza de su víctima “un serenazgo de mierda, no más”.
Otredad
- Finalmente, para recalcar su libre albedrio, por alguien que pertenece a “ese” mundo/espacio que transita, el joven dice “yo soy vecino de acá (sic), de Magdalena, de toda la vida, ¿qué te crees?”, para rematar ordenando “lárguense, indio de mierda”.
- A continuación señala una enfermedad epiléptica que le impide usar la mascarilla que lleva en mano, ante esta justificación, el sereno le conmina a usar el cerebro (es decir la lógica) para formular sus respuestas, a lo que el joven le espeta “tú no tienes cerebro”, es decir el viejo argumento racista de la incapacidad/limitación del racializado de contar con inteligencia=cerebro.
Antes de continuar, la argumentación de contar con epilepsia es una excusa sin ningún fundamento, solo en los casos de enfermedad crónica pulmonar, autismo y demencia grave, las personas se encuentran excusadas del uso de las mascarillas en la actual situación de pandemia.
Lo que muestra este caso, que por fortuito es tan esclarecedor de la presencia clara y completa del discurso racista: ¿En qué espacios se enseña/imparte? ¿Desde qué edad? ¿Qué niveles de aprendizaje lo conforma? Para finalmente preguntarnos: ¿Qué podemos hacer?
La fórmula de difundir estos delitos para que el perpetrador sienta vergüenza ya no es funcional, pues este es plenamente consciente de las herramientas que emplea y del efecto/resultado que desea lograr: desarmarlo/deslegitimarlo de toda agencia. La vía de las sanciones fuertes, represivas y sin socialización previa de la problemática a reprimir, nos acerca a las fórmulas totalitaristas, que por vía contraria, se emparentan con el discurso racista en las circunstancias que hemos discutido: lograr un golpe de efecto. Sin embargo, pese a esto, en este caso y en los siguientes que con toda certeza sucederán, ya no puede mediar ningún atenuante para iniciar un proceso legal.
El racismo contemporáneo se ha estructurado sobre la base de una vasta experiencia mundial originada en el siglo XV y esa experiencia se articuló con otras que se arraigaron en el mito y la religión. En su largo proceso de constitución, la violencia y la educación en el aprendizaje de sus códigos, tuvieron que sintetizarse en un conjunto preciso de ideas reconocibles por las víctimas.
En estas circunstancias, corresponden al Estado emplear a la educación para iniciar el camino contrario de estos procesos de socialización, hoy más sutiles, basados en silencios, vacíos y medias “verdades” que se esparcen por los cursos escolares y la educación superior. Así como desde pequeños, nos socializamos en pilares morales como no matar o no robar, y reconocemos las consecuencias de quebrantarlas, requerimos explícitamente aprender a no racializar.
Aún nuestro Estado no inicia este camino, las acciones emprendidas, como Alerta contra el racismo, no forman parte de un sistema orgánico y coherente orientado siquiera a reconocer el alcance del problema por parte de la sociedad. A puertas de la posible adopción de una ley contra el racismo, esperamos que esta no se convierta, nuevamente, en una oportunidad perdida.