En el Perú, las mujeres yanesha preservan incontables algodones de colores en peligro de desaparecer ante retroceso del bosque.
“A mí me gusta el tejido. He nacido para esto, para ser tejedora como la araña”, dice con orgullo Adriana Colina, de 63 años, habitante de Nueva Esperanza, comunidad en la frontera del Parque Nacional Yanachaga Chemillén y la Reserva Comunal Yanesha, en la Selva Central del Perú.
Según cuenta la tradición oral yanesha, dios envió a su hija Palla a mostrarles a los seres humanos cómo sembrar algodón. También pidió su sierva, la hermana araña, a enseñar a las mujeres a hilar y a tejer la cushma, túnica tradicional del pueblo yanesha.
Por más de veinte años, Colina ha tejido todo tipo de prendas y bolsos para sus siete hijos y más de catorce nietos, y para todo aquel vecino que así lo solicite. “A mí la vista ya casi no me ayuda. Cuando me equivoco ellos me dicen ‘por aquí estás fallando’ y enmiendo el error”, cuenta entre risas.
Pero la habilidad en las manos de esta mujer transciende vista y memoria. En una sinfonía de torceduras, trenzas y giros que apenas pueden seguirse, ella logra elaborar los más intrincados y bellos diseños geométricos.
“Antes yo no sabía hilar ni tejer, pero me gustaba ver cómo lo hacia mi madre. Pensaba que era maravilloso que salga un hilo tan fino. Intenté aprender a los 15 años, pero no lo logré del todo porque me parecía difícil. Además, cuando una es jovencita, le va perdiendo el interés a esto”, explica.
El amor por este arte renació en Colina cinco años después, cuando dos integrantes del Club de Madres local compartieron con las demás mujeres sus conocimientos sobre la siembra del algodón y el tejido. “Ahí retomé ese empeño de antes”, recuerda Colina.
Hoy, apenas quedan tres tejedoras en toda Nueva Esperanza y las pocas matas de algodón que existen están en peligro de desaparecer. La lluvia excesiva pudre los capullos y la continua tala del bosque hace retroceder al pueblo yanesha y acelera la pérdida de este saber tradicional.
Hilos que trascienden
Colores como el rosa tenue, el marrón oscuro y el blanco, son una muestra de lo que las mujeres yanesha se han empeñado en preservar. Colina es reconocida entre los miembros de su comunidad por contar con algodón en abundancia y en estos tres preciados matices.
“Yo les explico que tienen que sembrar cuando recién han hecho el roce y quema de la tierra de cultivo. Primero debes poner el algodón, para que le gane a los demás en crecimiento. Si la yuca o el plátano le hacen sombra queda raquítico y no produce lo suficiente”, cuenta.
Con la participación de la historiadora Marcela Cornejo, CHIRAPAQ Centro de Culturas Indígenas del Perú, está recuperando información sobre el uso de plantas tintóreas y algodón nativo para el diseño y elaboración de prendas de vestir y accesorios, según las técnicas tradicionales del pueblo yanesha.
Esta labor es promovida en alianza con la Federación de Comunidades Nativas Yanesha FECONAYA y con el apoyo de TEBTEBBA Indigenous Peoples’ International Centre for Policy Research and Education y la asociación TAMALPAIS.
“Las investigaciones hechas a la fecha se inclinan por la teoría del origen costeño de la domesticación del algodón y que de allí se proyectó, principalmente por vía fluvial, al espacio amazónico en el Perú y Brasil, hasta desembocar por las Guyanas”, explica.
Aún no es posible determinar desde qué época se ha cultivado algodón en la Amazonía. Según Cornejo su uso se remonta a varios siglos antes de la llegada de los españoles al Perú y la referencia documentada más temprana data de 1557.
“La penetración cada vez mayor de la telas industriales de bajo precio como el tocuyo, la preferencia por prendas occidentales, la erosión del territorio y la falta de reconocimiento y apoyo a las mujeres indígenas artesanas que continúan en la práctica de este legado cultural son factores que ha reducido su cultivo”, indica.
Cornejo explica que en esta zona, las semillas de algodón varían de comunidad en comunidad, debido a los diferentes microclimas, y que estas son intercambiadas por las propias mujeres que buscan experimentar con diferentes tonalidades en el tejido.
“Lamentablemente, no existe registro alguno de cuántos colores se esconden en lo profundo de la Selva Central”, concluye.
Refugio de colores
A fines del 2012 el Estado peruano aprobó una moratoria por 10 años al ingreso de organismos genéticamente modificados, conocidos como transgénicos.
Para Nadesca Pachao, representante de CHIRAPAQ, el debate se centró en cuestionar sus efectos en la salud y el medio ambiente, «pero la mayoría de la población desconoce que la diversidad de plantas cultivadas por los pueblos indígenas, como el algodón amazónico, podrían estar también en riesgo».
Según Pachao, los algodones transgénicos son atractivos porque elevan la productividad de forma muy alta. De no renovarse la moratoria, su probable ingreso representaría riesgos de contaminación genética para los algodones nativos que merecen más inversión para su investigación, producción y promoción comercial.
Además existen otros factores. “Los algodones transgénicos conllevan el uso de herbicidas especialmente diseñados que crean dependencia económica y pueden afectar el medioambiente”, advierte.
La moratoria exige la construcción de una línea base sobre asuntos de diversidad biológica en la cual CHIRAPAQ y FECONAYA, esperan poder incluir los algodones nativos y las características del medio ambiente donde se cultivan las especies que prevalecen en estas comunidades.
“Debido al difícil acceso a la zona y gracias a los conocimientos ancestrales de las mujeres y el pueblo yanesha, creemos que la Selva Central puede convertirse en un refugio para los algodones nativos en el Perú”, señaló.
Postulante del Concurso de Periodismo Historias del Cambio Climático