Para los pueblos indígenas las montañas y cerros son la prolongación de la pachamama hacia el cielo, de ahí que sean lugares de especial importancia espiritual pues son el lugar de diálogo con la tierra, el cielo, el agua y el fuego, los elementos fundamentales de la naturaleza.
Dentro de la espiritualidad indígena, los cerros y montañas son lugar de ofrenda y peregrinaje y, en contadas ocasiones, centro y lugar de origen, pacarina y protector, también conocido como cerro tutelar o apu. Esta categoría dentro de la geografía limeña la ostentan el cerro San Cristóbal y el Morro Solar entre los más conocidos, pero no los únicos.
La colocación de símbolos católicos sobre lugares «paganos» es una tradición dentro del catolicismo y se encuentra presente desde que la religión cristiana se institucionalizó como iglesia de Estado con el imperio romano, siguiendo una estrategia que han utilizado casi todas las culturas en todo el mundo y en todas las épocas para validar su hegemonía y poder frente a otras religiones, con una diferencia fundamental: el catolicismo se orientó a destruir todo vestigio de otras religiones.
De ahí que en nuestro caso, la presencia de cruces en diferentes cerros y promontorios a lo largo de nuestro territorio fue para «enmudecer» a los apus que ahí moraban y «dialogaban» con los lugareños y, en el caso de los más importantes apus, con la población de diferentes regiones y localidades de la Costa, Sierra y Selva. De esta manera quien entra a mediar es la cruz o la imagen cristiana y su representante terrenal: la iglesia, el cura y el culto católico, como lo testimonia la celebración de la fiesta de las cruces y múltiples peregrinaciones a santuarios de montaña, como la Festividad del Señor de Qoyllur Ri’ti en el Cusco u otros como el del El Señor de Muruhuay en Junín.
Desde la antigüedad, para los seres humanos las montañas han tenido especial significación religiosa y mística. Para la religión católica y el monoteísmo expresado en un Dios omnipresente y Creador, las montañas sagradas eran el símbolo del paganismo y amenaza a su fe por el arraigo y lugar de manifestación de la espiritualidad de los pueblos originarios que al día de hoy sigue vigente en las invocaciones de los chamanes y maestros que recurren a su invocación para solicitar ayuda y visión para solucionar algún problema.
El poder invocado no reside en la montaña, cerro o promontorio como objeto físico, sino como lugar de vivencia u hogar del espíritu y la fuerza que lo anima y se manifiesta en él, desde nuestra cosmovisión tiene vida, les anima un espíritu y es esto lo que siempre ha resultado controversial para la cultura occidental, olvidando que sus propias invocaciones y creencias guardan también esta lógica, como por ejemplo la ostia y el vino consagrado.
No se trata de entrar en controversia sobre la validez de tal o cual creencia, culto o religión, sino del respeto a la parte espiritual que anima nuestras creencias. La afectación de sitios sagrados en búsqueda de los recursos que en ellos se haya, sin antes dialogar sobre la importancia y significación de estos lugares para la población no hace sino continuar reproduciendo siglos de silenciamiento y enmudecimiento de una parte importante de nuestra humanidad: la espiritualidad. En este sentido, desarrollar el proceso de consulta previa no es un impedimento al desarrollo, ni un mero trámite burocrático para cumplir con acuerdos de Estado, sino la expresión de una sociedad que ha aprendido a escucharse y a respetarse en su diversidad.